En la pinacoteca Eduardo Úrculo en Langreo, y bajo los auspicios de la FIAP, el día catorce de septiembre, se inauguró la exposición The Dark Room. Su autor: Petri Damstén.
Un desconocido para mí.
La serie es hija de las tinieblas, es…piel del color de la tierra recién arada, de aquella que aguarda paciente la humedad para ser fértil. El autor, estallando desde el interior, encuentra la manera de aflorar el ardor que le consume los entresijos de su ser. Esa parte oculta de él, que quizá, antes, estuviera en quietud o no definida por las circunstancias o la necesidad.
Es como si todas las cosas que le rondaran se trocaran en fuego; y el fuego en todas las cosas La muerte es la figura principal en The Dark Room. Una muerte que invita a la siguiente, que la saluda tendiéndole una mano descarnada, hecha de añejo hueso pálido, sonriendo, mientras la guillotina, en alto, amenaza con caer.
Fotografías entrelazadas, oscurecidas por las sucesivas capas que van añadiéndose al mundo de Petri Damstén. Un mundo creado conforme el tiempo se pliega crudamente sobre sí mismo, y va vomitando cada toma como un mal día, uno más en una serie de malos días.
Mesas desnudas en torno a chimeneas y estufas apagadas.
Parado ante aquellas fotografías sentí una abrumadora tristeza cayendo sobre mi a modo de capa oscura, fría. En este sentimiento se mezclaba el ensueño y una sensación de
ser engullido por las tomas. Tomas que me resultaban demasiado difíciles y a la par, demasiado clásicas. No era que disfrutara o no de la muestra, sino que reaccionaba como si
estuviera bajo hipnosis. No al modo del Mentalista de la serie televisiva, sino por el siseo y el baile de una amenazadora serpiente de cobra asomando por un cesto de mimbre al son
de una flauta para nada mágica.
En esto pensaba y sentía cuando me dió por mirar a mi derecha. Uno de los asistentes a la inauguración estaba observando una de las fotografías expuestas, y de
golpe, comenzó a agitarse de forma perceptible. Enderezándose, inclinó la cabeza a un lado y a otro. Luego dejó flotar la mirada en el vacío fotográfico en una especie de gesto de
ceñuda concentración que parecía gritar: ¿qué hostias es esto?. Con media sonrisa en los labios continué con mis propias observaciones a la par que me preguntaba qué iría a pasar
a continuación.
The Dark Room…escalones no vistos, sino sentidos o padecidos, de ahí que el mundo del autor adquiere otro color; no brilla con luz tenue, sino con la oscuridad. Es como si Petri Damstén tuviera sumo cuidado de no pactar con el diablo antes de conocerlo, aunque juega con él. No es consciente, de que esos gestos llevan implícitos de que tarde o
temprano, llegará a conocerlo.
La serie no mira al cielo con los ojos entornados silbando una canción entre los dientes, pues no hay ojos, no hay bocas, no hay rostros ni cabezas, luego…quién eres
tú…que remueves realidades agitadas como día de lluvía gris…que arrastras agrias disputas internas…que recorres caminos ásperos y duros.
Cuando uno se pregunta dónde está la vida porque no conoce a alguien que lo sepa, la angustia se torna en tormenta trayendo la noche antes de tiempo, pateándote la entrañas
con desesperación. Conozco ese paso, pero su idea sobre la vida colisiona con la mía, con tal ímpetu, que deja en mi cabeza una estela de confusión y chatarra emotiva, como asomar
la cabeza por la ventanilla del coche estando éste en marcha. El aire te despeja del mareo y las ganas de vomitar se atenúan mientras te despeina y el sol te quema el rostro.
Petri Damstén nos habla de un tiempo no muy lejano de su vida con frases brutales salidas de semblante hosco y puños apretados como piedras anhelando restablecer el
equilibrio de su ser.
La serie no deja indiferente al espectador porque no se hizo a todo trapo, como un gato temeroso de que le arrebaten la espina de pescado, sino que ha dejado de molestarle
que su intimidad dependa de las circunstancias pues no le pertenecen en exclusividad.
Cualquiera puede pasar penuria, lo que resulta demoledor. Te acompaña a donde quiera que te dirijas; te condiciona la vida pues te habla al oído a cada paso que das reflejándose
en cuanto haces.
Recomiendo hacer un pequeño y agradable esfuerzo con el cual ir a la pinacoteca para observar The Dark Room; con la mente abierta y despejada de las trivialidades
cotidianas, porque la opinión la obtendrán a posteriori.
Por mi parte, atrás dejé The Dark Room como galgos abandonados mirando fijamente la nada, mientras mi cuerpo todavía se muestra acalorado por fuera y congelado
por dentro.
R. Ibáñez.