LOS SONIDOS DEL AGUA por R. Ibañez

Nuevamente, Lujó Semeyes, osado, expuso una obra titulada en esta ocasión: “Los sonidos del agua”. El lugar elegido para su exhibición se encontraba en la localidad de Pola de Lena, en la mal llamada casa de cultura. Digo exponía y se encontraba porque el pasado día 14 de diciembre, tras haber recogido las pertenencias e introducirlas en el baúl de viaje, tomaron rumbo casero. Más que nada porque el visado caducaba.

            Antes de acudir, había quedado con el autor en vernos en, ja,ja,ja, casa de cultura, a eso de las siete de la tarde, para indagar un poquito, no mucho, en los enredos cerebrales de Lujó.

            Me adelanté a cita para tener la oportunidad de poder pelearme con impresiones propias y cotejarlas a posteriori con el argumentario del fotógrafo.

            Eran aproximadamente las seis de la tarde cuando arribé a la sala de exposiciones, en la cual, un grupo de personas, hablando entre ellas, se acumulaban a la entrada. La mía, tuvo el efecto de la curiosidad, dado que el hablar se transformó en ligero murmullo y las miradas, antes fotográficas, se posaron como alfileres en mi persona.

            Bajé la vista hasta las baldosas grises del suelo, y tomando un chupito de valor, me encaminé, con paso inseguro, hacia el fondo de la sala, hasta toparme con la primera de las fotografías que observaría en esa tarde. Cuando estaba delante de ella, me di cuenta de que apenas respiraba.

            Mientras el sol por fin brilla algo y la tierra rota tranquilamente alrededor de su eje, tengo miedo de perderme entre los paisajes del autor. De no encontrar una grieta a través de la cual poder mirar y expresarme, pues estos parajes no son mi fuerte.

            En la serie reina la penumbra del incipiente amanecer y la tímida calma antes de la tempestad guardando el polvo y la memoria de un tiempo pasado.

            Alternancias climáticas frías y calientes: sangre recorriendo el cuerpo de un lado para otro por entre venas y arterias. Señales acercándonos a donde muere el sol. Temblor de palabras a punto de eclosionar. Resaca amorosa a la que no es conveniente un despertar violento. Serenidad apabullante. Sueño, emoción.

            Mi recorrido me trasladó hasta un pantalán destartalado, en equilibrio imposible y constante que avanzaba atrevidamente en la mar, y me quedé un tanto absorto, pensativo, pues la imagen tenía la elegancia de una patinadora sobre el hielo; delicadas espirales y rizos emergiendo del fondo de las cuchillas, y aun así, se respiraba serenidad, silencio, pero también la necesidad de compartir el momento con alguien, de apresar el placer.

            Cualquier fotografía es una ficción creada desenvolviéndose en el terreno del observador y lo observado, así, la toma del Naranjo de Bulnes…rojizo emboquillado, majestuoso cual gallo de corral, todo plumas vivas, altas, paseándose con arrogancia mientras lanza desafíos al gallinero a la par que escarba con sus garras el suelo. Un alboroto que todo lo invade.

            Por el contrario, otras tomas lucen sedosos vestidos de fiesta, vibrantes, coloridos, aunque calzadas con sandalias que es señal de rusticidad. Una en especial, en blanco y negro, daba la sensación de ser una lúgubre celda con pretensiones de armario empotrado.

            De la serie no se puede comentar lo mismo que comentan los integrantes de esos grupos de turistas que entran apabulladamente en las iglesias, en los museos, como toros en los toriles y las plazas, pareciendo un ejército invasor, poniendo las cámaras fotográficas por todos los rincones habidos y por haber, para terminar diciendo que no han visto nada interesante. No, no. Al observar detenidamente la serie, a uno le invade, entre rugidos feroces del viento, un sentimiento de inalcanzable belleza.

            Los sonidos del agua es un universo extraño para mí, pero soy consciente de que está lleno de historias complementadas con vidas invitando a recrearlas, como si fueran personas conteniendo varias personas en su interior, saltando cual saltamontes campestre o marino, dependiendo del momento, de una a otra, de forma tal, que nos transporta a modo de dados botando silenciosos por el tapete verde hasta el mundo de Lujó.

            En verdad, ahora que lo pienso algo más profundamente, la serie tiene aires de anfibio, del orden de los ápodos, apenas conocido por estos andurriales pues moran en el trópico, y la mayor parte del tiempo la pasan enterrados. Al menos hasta hace poco.

            Es tiempo de setas, de bellotas, castañas, nueces y avellanas. ¿Cuántas formas coloridas crea la vida al agitar el mar tumultuoso y volatizarlo al viento? ¿Cómo la plasma el ojo de Lujo?

            Pasen y vean

R.Ibáñez.