Acompañado de Jorge Alonso y de Seve L., asistí a la inauguración de la exposición De Mubai a Anantapur, en el hospital Valle del Nalón de Langreo.
Mantuvimos, tanto Jorge Alonso como yo, una larga y amena conversación con el autor—Seve—buscando los pormenores de la serie, de la luz, de las fotografías, de la vida. De las impresiones obtenidas trata el siguiente artículo.
Pudo haberse debido al color, a los aromas, al sol, a lágrimas corriendo por las mejillas que van a parar a la tierra seca, quién lo sabe. El caso es que la India y sus gentes causaron un fuete impacto en el autor, de tal forma, que entre éste y su obra hay una profunda involucración psíquica que trata de recrear, no sólo la relación mantenida con lo retratado, sino la propia experiencia biográfica De Mubai a Anantapur.
El efecto intenso causado por la India en el ánimo del fotógrafo, arrastra a la serie hacia un sentido de incertidumbre, de posibilidades, como notas sueltas de música flotando en el ambiente para desvanecerse después en el silencio. Consecuencia de la ausencia de reflejos de elaboración de una idea propia y su posterior desarrollo.
Entiendo la exhibición pública de un tema, de una serie fotográfica como un toma y daca, pues debe dar respuestas a las preguntas que se le formulan, dado que ahí radica el delicado balance entre la distancia analítica por un lado, y la participación y empatía del observador por el otro. En este juego, lógicamente el autor debe explicitar la estrecha relación que guarda su subjetividad y la supuesta objetividad de las fotografías mostradas. Pero en De Mubai a Anantapur, tomado en su todo, no ofrece una definición clara y precisa del relato, sino un sol pálido intentando hacer un guiño de luz, que no de calor, al espacio mudo.
Para finalizar el comentario de serie tratándola como un corpus. En un intervalo de tiempo y estancia corta, es imposible comprender los pulsos de la cultura que se visita. Con esa base, querer compararlos con la propia es como querer ver el sol en plena noche, o las estrellas a pleno sol. Así, la serie carga con un fuerte componente de relativismo al no delimitar lo que los humanos tenemos en común de lo que cada cultura posee de propio. ¿Qué es lo que se compara y cómo se compara? Responder a esta cuestión es importante dado que las culturas son plurales y están condicionadas, y por lo tanto no se puede buscar y reflejar explicaciones generales a partir de hecho particulares en sociedades concretas.
Por otro lado, no se cuenta a la hora de narrar con la identidad cultural hindú, ni con los diferentes comportamientos con base universal, como por ejemplo los tabús o la higiene. Por ende, tampoco tiene en cuenta la enorme riqueza y complejidad cultural del mundo.
Enfrentado a fotogramas individuales de blancos y negros, parezco el motor de un coche al ralentí dentro de un teatro donde se desarrolla u universo operando impresiones y estados de ánimo.
De Mubai a Anantapur es un tránsito cambiante; sonrisas que llegan desde muy lejos con sabor a sal en los labios.
Al autor, la observación del medio le ha dado la capacidad de plasmar claridad, equilibrio cromático y transparencia. Al situar estas características en el lugar primordial de la obra, apuesta por una mayor profundidad emocional de las escenas sociales.
En la serie hay fotografías que son trenes hechizados fabricados por sublimes manos y ecos de pasos. Iluminan los vagones con miradas turbadoras cual pechos de mujer. No son personas con aspecto de flor marchita. Son brumas de melancolía que tardan en disiparse.
Otras fotos toman forma de ilusionista inventivo mostrando parcelas sociales a modo de tarta de ladrillos, barro, asfalto y adoquines. Para ello, ausculta el autor con la cámara fotográfica para ver, y eso parece enternecerle. Entonces aprieta el botón del click accionando la captura. El resultado es un choque emocional, un terremoto sofocante, temblor de pies a lo Rambo.
En verdad, el click de la cámara no es el responsable de la toma, es algo reposando más abajo, un corazón vibrante, entregado, y tras él, ojos, boca., mejilla, dedos, manos, brazos y piernas iluminados como los bigotes de un gato.
Observando la serie fotograma a fotograma tengo la impresión de estar mirando pequeños granitos de tierra, que poco a poco se transforman en colinas, cerros, oteros, y subiendo, subiendo, dan lugar a montañas creciendo bajo mis pies. Aunque el tiempo en las cumbres es impredecible.
Con estos días grises, fríos, parece que el sol no volverá a calentar la tierra. Es otoño revestido de crudo invierno. Se hace largo, como si la lluvia, el frío, lo gris, estuvieran agarrados a las entrañas de las gentes, resistiéndose a soltar su presa. Su voz es el gemir del viento, de los árboles, de la tierra anegada por el agua de la vida, resentida de tristeza y en ocasiones de lamento. Gemir quedo. Silencio reclamando un horizonte abierto, sin nubes plomizas de tormenta, la caricia de un nuevo sol, como de la mano amante en la mejilla, Raquel
R.Ibáñez