El pasado día 9 de junio, previa invitación, asistí a la inauguración—con la tele
presente y todo—de la exposición fotográfica: Ángeles. Las mil caras del covid. El
autor: Lujó. El lugar de la presentación: el Hospital Valle del Nalón, en Langreo.
Apropiado para el evento.
Se trata de un conjunto de retratos cuyos protagonistas, de una manera u otra,
forman parte del sistema sanitario actual. Es decir, de nuestra primera línea de batalla
y contención. Aquel que edifica su singularidad en múltiples universos, permitiéndole
crear y establecer una ruptura respecto a la desesperación covid.
Pero en esta vida nada es gratuito. Todo tiene un precio justo o injusto: miedo,
muerte, condicionantes y sentimientos personales implantados por una situación
nueva desconocida. Espero que algún día, el gobierno chino diga la verdad de lo
acontecido, y solicite el perdón del mundo. ¡Pangolinos, pangolinos, chivos expiatorios
de laboratorio!
La serie, efectuada en ausencia de color, ambientada en ocasiones, en otras,
no, va desde los primeros planos a los planos medios y viceversa. Gafas, mascarillas,
gorros de trabajo, sonrisas, miradas cautas, de preocupación, confiadas, expectativas,
tristonas, esquivas, teléfonos, mesas, hablan de un bosque oscuro y profundo, de un
río desbordado anegando la tierra fértil, de oscuras sombras imprecisas donde ni el
pasado ni el futuro son calculables.
Al contrario de lo esperado, el blanco y negro no dramatiza las figuras ni su
entorno, pues el tono general es muy suave, casi cándido, como queriendo mostrar
una magia inherente al presente, dado que el futuro no toma aspecto hasta quizás
mañana.
Los desenfoques y los campos de profundidad van tras la expresión idónea de
cada figurante, evolucionando—con los jurados de los concursos fotográficos, esto no
acontece—en respuesta a las cambiantes realidades de los sentimientos humanos
que documenta.
Cada fotograma—la serie bien podía decirse de cine negro, o compararla con
éste—aparte de indicar el preciso lugar de trabajo de los actores, en el lado derecho
de los cuadros, un apelativo—quizás cariñoso, quizás no—indica las cualidades
subjetivas que el autor—no olvidemos su pertenencia al sistema sanitario—ha
observado como cualidad propia e individual de los protagonistas.
Qué duda cabe, la muestra es una delicadeza visual realizada con mimo y
frontalmente opuesta al pasotismo actual e imperante. En sí, no trata de llamar la
atención de la sociedad sobre la pandemia, sino que se trata de un sencillo pero
honrado homenaje a quienes están sufriendo en las trincheras. ¿Ángeles como indica
el título de la obra? Ni mucho menos. ¿Demonios acaso? Tampoco. ¿Entonces?
Profesionales en sus lugares correspondientes.
No soy periodista y carezco de madurez fotográfica. Esto no es impedimento
para ir un poco más allá de lo expuesto. De las palabras cruzadas entre los asistentes
al acto. Dejar a un lado la impresión general causada y profundizar a mi modo en la
obra, pues me reprocho sin cesar por no saber mirar lo suficiente.
Cada autor lleva en sí un mundo compuesto por lo amado, lo odiado, lo
indiferente, adonde continuamente regresa para obtener una idea, un tema, una
respuesta a la inquietud que revuelve las tripas. Es como acudir a una ducha con
mucha gente. La necesitas y te olvidas del pudor. Obtenida la gracia, ésta no debe
caer como guijarros al fondo de un pozo, ni asimilarse a una sardina dentro de un
bloque de hielo. En apariencia intacta, aunque con el peligro de disgregación cuando
se funda la envoltura protectora.
En la serie, por un lado, observo años vividos en la perplejidad y la desazón.
Picos climáticos fríos dando paso a glaciaciones. Presagios de vientos cambiantes
anunciando quizás tempestades más profundas. Impregnaciones de olor a sótano y
cenizas frías. Lugares con su propio presente, su pasado e igual su futuro. Nebulosa
del azar bloqueando la visión clara de una libertad especial, pues lo único que siempre
cuenta, es tan sólo el aquí y el ahora.
Por otra parte, así como de las cenizas de las primeras estrellas nacieron
nuevas estrellas, planetas, lunas y cometas, me topé con una materia que desarrolla
una opinión, una creatividad y una personalidad propia haciéndome pensar. Esto no lo
recoge ningún libro de texto de los colegios, y a pesar de todo, lo vi.
Belleza inmóvil. Fachada exigente capaz de justificar el punto de vista del
autor, su desesperación y su esperanza. No se trata de un descubrimiento científico, ni
de enriquecimiento poético o literario, sino de fotografías tratando de reconstruir con la
ayuda de partículas evanescentes, la pasión, la locura y el engaño de este tiempo.
Mientras observo la colilla que acabo de tirar consumirse humeando en el
suelo, me digo que cada cual ha de ser capaz de distinguir lo real de lo inventado.
Gafas, mascarillas, geles, gorras, guantes, arropando a soldados de élite posicionados
en primera línea de fuego. Carecen de patios y de macetas floreadas; son reales, no
soñados. Suspiran entre ladrillos rojos, azules y blancos. No dan lo que les sobra, sino
lo que tienen, empezando por ellos mismos.
Valor y verdad, causa y efecto.
En el fragor de la batalla, entre nubes de polvo de los cañonazos, de barcos
incendiados, historias y vidas cobijadas en muros quizás blancos, ya no cuentan para
nadie, para nada; excepto para un sórdido y manipulador comunicado de prensa
donde se reflejan las bajas. Sabor agridulce, zozobra de mente, pues son los
auténticos Hijos de un Tiempo Perdido.
R. Ibáñez
Bibliografía:
José María Bermúdez de Castro. – La Evolución del Talento.
Chateaurbriand.
Levis-Strauss. -Tristes Trópicos.