El reloj chino del pasillo marcó las veinte horas cuando dio comienzo la emisión, por Zoom, el fallo del certamen fotográfico diez por diez. Diez clubs con diez fotógrafos remitiendo una única fotografía para hacer un total de cien imágenes. Número redondo e idea original del arquitecto Karolo, la cual aplaudo con entusiasmo.
Todas las luces de mi casa estaban apagadas, por aquello de abonar un recibo que ya es más parecido al misterio de la Santísima Trinidad que a otra cosa.
La luna amenazaba con asomarse a las calles asfaltadas. No había grillos cantando, aunque la espera tensa daba paso a cuchicheos y bromitas de última hora entre los cuadraditos del ordenador. Quizás alguno, haciendo alarde de contorsionista, se estaba comiendo las uñas de los pies. No lo sé.
Por fin comenzó. Bienvenidas, presentaciones, agradecimientos a las asociaciones y clubs fotográficos realizadas en español, inglés y turco. Vamos lo normal.
Tres jurados—uno ausente de la emisión—hablaron sobre la importancia de estos acontecimientos, pues unían a la gente, las enseñanzas que se aprenden, las diversas maneras de ver y expresar; de disfrutar del juego, de la diversidad de la temática presentada, el nivel excepcional de los fotógrafos, etc. Una pasadita de agua y jabón revestida de cierto sentido del humor.
A mí, me daba la impresión de ser partícipe en la construcción de una casa amplia y sólida, de paredes blancas hechas con vigas de roble y piedra, en una bahía abierta al mar. Resguardada de los vientos de poniente.
Mesándome la barba, imágenes de retratos, paisajes, nocturnas, callejeras, sociales, marinas, fantasiosas, cobraban vida ante mis ojos. Me sentía como aquella persona que no ha visto nunca el mar, y su inmensidad es una revelación, un secreto inconmensurable que jamás olvidará.
Finalizada la rueda fotográfica, la expectación avivaba la curiosidad por conocer a los ganadores. Al individual y al colectivo. Pero esta rueda, previamente, había descubierto a otros fotógrafos en sus universos de tamaños inconcebibles, repletos de emociones y, posiblemente de vivencias personales. Visiones del mundo. Estrellas orbitando alrededor de un centro común: el arte de la fotografía.
Llegaba pues la parte arcaica de conducta tribal: enfrentarse a opiniones diferentes a la de los concurrentes. Tiempo en que el cielo cobra singular importancia; tiempo donde las agitaciones superficiales tornan en mordidas de labios y encogimientos del corazón. Ralentí acelerado sin paz a la vista.
Los jueces y su impacto sobre el auditorio. ¡Buuffff! Jueces que se suponen tocando las notas apropiadas siguiendo criterios que dan sabor y sustancia a la materia fotográfica. Aunque siempre me dio la impresión de que los jurados son como aquellas señoras de clase alta, limitadas a tocar el piano, hacer bordados y encajes de bolillos. Aguas del inmovilismo salidas de idéntico lugar, con idénticos conceptos, idénticos gustos, idénticas miradas. Caldo primigenio, de aquel de la Edad de Piedra. Hoy sin apetitos, temerosas de la curiosidad. No se acercan, no descubren, no viajan a lugares increíbles, que es más ameno que bordar o que seguir el ritual académico y etnocentrista de sota, caballo y rey. La movilidad da acceso a una esencia más perfecta que la inmovilidad.
No envidio su labor, ni ponerme en su lugar. Tienen una tarea dura: encontrar el límite de la riqueza de las imágenes que proceden de la inaprehensible profundidad creativa de los autores. No es moco de pavo, ni de pava. De la sopa de letras que se les presenta, con su peculiar conocimiento, deben visualizarlas con precisión más o menos adecuada, y describirlas más allá de las profundidades físicas por medio de la connotación y la denotación. Y no, esto no es metafísica.
Así como el sol ordena nuestra actividad diaria con el ritmo de los días y las noches, el jurado dio a conocer el fallo: en la categoría individual, Pandula Bandara resultó ser el vencedor. En el apartado de asociaciones, Sille Sarat Sarayi se llevó el gato al agua. Este hecho, desde luego, habrá tenido el resultado, de que alguno de los cuadraditos resultara fatigado por la insondable realidad de no haber obtenido recompensa alguna.
Desde estas pequeñas líneas felicitar a los ganadores.
Para finalizar el artículo, una última reflexión que me gustaría trasladar a los promotores de Diez por Diez. Particularmente me imagino a las fotografías como una amada distante, lejana, a la que se aguarda con impaciencia y con la que, hasta el momento del encuentro, sólo está a mi lado por intercambio epistolar. La cabeza tiene una idea exacta de su aspecto, pero sólo es una idea. Cuando por fin se la ve, uno se siente como un niño a punto de abrir los regalos de reyes; una especie de alegría entremezclada de temores y angustias. Aquí, al darme cuenta de que tras la proclamación del vencedor individual, acto seguido no se mostraba su obra, e igualmente, acontecía con el club ganador. No pude comparar, no pude apreciar sus miradas. Adiós a la amada soñada, me la han cambiado por un muñeco de nieve con sombrero, bufanda y una zanahoria por nariz.
R:Ibáñez.