Del objetivo al subjetivo: RETRATO DE UNA VIDA

RETRATO DE UNA VIDA

Necesitaba poner en orden mis ideas, así que me incliné hacia atrás buscando apoyo en la pared. Luego me senté, tan silenciosamente como la noche y recordé la exposición “Retrato de una vida”, del fotógrafo Seve Lorenzo, a quien entrevisté.
A día de hoy, puede ser observada en el hospital Valle del Nalón en Langreo.
Ninguna cámara fotográfica ve más que lo que ven los ojos del fotógrafo, y esto se refleja en el objetivo descriptivo de la muestra, que con su exposición pública, cobra un nuevo valor: el de la utilidad. En este caso, al relatar condiciones concretas de vida, contribuye a comprender la realidad socio cultural que la envuelve, a la par que ayuda a ver y mirar la complejidad de las realidades ancladas en vidas concretas.
Seve, no se ha ido a retratar personajes de una sociedad distante y exótica, sino que toma a la propia. Esto trae consigo, que lo inesperado no funciona exclusivamente con lo exótico, sino también con lo familiar: mostrarnos a nosotros mismos como sujetos modernos, quizás urbanos y por supuesto, occidentales.
Son retratos de personas desconocidas que observan el pasillo expositivo desde sus mundos lejanos, tan reales como el presente.
No es la mirada, sino las manos del fotógrafo las que han doblegado el tiempo para explicar una porción de vida, y dado que no hay dos retratos iguales, no se funden a modo de monolito de granito. Detrás de cada cara se ubican los años de una vida, vivida o no, de esfuerzo o no, de esperanza o no, y un intento sincero o falso de algo.
La obra no muestra precisamente opiniones artísticas convertidas en única pasión, sino algo tan simple como labios sonriendo, acaso maliciosos, acaso no.
Reflejos de dignidad. Deseos colgados en un camino por el que ya no se transita.
La exposición no es vacilante ni deslucida por el uso de la temática, sino brillante como los billetes de quinientos euros posados en las manos.
En la bahía de San Lorenzo, unos remeros hacen avanzar una trainera hundiendo rítmicamente las palas en el agua, y cuanto más se alejan de la playa, más tranquila parece tornarse la mar, y con la brisa, que no muerde grueso, los recuerdos y las impresiones van y vienen libremente por la Casa de los Alberti en Ciaño, lugar donde observé la obra “Retrato de una vida.”
Por aquel entonces, no escribí sobre ella, porque bajo mis pies no sentía la seguridad de las baldosas del suelo, y las pocas palabras que salían de mi boca, eran forzadas. Las palabras no estaban en mi mente, sino en mis labios.
Recuerdo que en la Casa de los Alberti, la exposición creó reacciones en la concurrencia que se manifestaban en un lento movimiento de los cuerpos, onda parsimoniosa como los pliegues en la curtida piel de un viejo lobo de mar.
Lo que me chirriaba era la luz que envolvía la obra, porque tenía el efecto de hacer que todo dentro de ella pareciera desnudo, y aunque la desnudez forma parte
del vivir, no es un tren bala japonés precipitándose en la noche sin conductor.
Retrato de una vida…vida, palabra de escasas letras y enorme vigor.
Diminuto mundo ordenado en torno a nosotros, a nuestro estado mental, que se mantiene aunque las arrugas sean la evidencia del pasar por la vida.
Comienza un nuevo día, y a lo lejos, tras la línea del horizonte, se muestra una tímida franja dorada, como si al astro rey no le apeteciera salir a dar su paseo cotidiano. Ese que mantiene en forma la vida. Quizás no tenga ganas de parir un nuevo amanecer por aquello del dolor en el parto. O bien está mosqueado por el rol que le ha tocado en la lotería del Big Bang, ese de marcar el ritmo imparable e impasible de la vida, la cual, por cierto, muestra su indiferencia por los asuntos mundanos, y por los humanos también. Ni si dará tiempo a resolverlos. Estirada y orgullosa, con los pelos recogidos al albur, simplemente pasa dejando tras de sí un tañido monótono y quejumbroso cual cencerro de una vaca.
El título…me levanta dudas…me resulta muy complicado imaginar la simplificación del mundo del pensamiento, las creencias y los sentimientos de una vida, de la vida en sí, en una porción pequeña de un queso gigantesco. Eso sí, tierno.
También dudo de mi razonamiento, porque ¿Cómo puede un mero artículo hecho de letras formando palabras, describir lo que describen las tomas, cuando éstas se muestran como portentosos robles cobijando bajo sus ramas fuentes de aguas prístinas anegadas de rumores y ecos del pasado?
Sueño. Me parecen un sueño, donde todo me resulta a la vez extraño y conocido, como recordándome continuamente algo y al minuto siguiente se me escapa para siempre. Sueño de suaves pliegues de plumones iridiscentes semejantes a delicadas pelusas; clavo de brillo frío en cielo pardo; espeso jarabe para la tos cayendo desde el borde de una cuchara de natillas; ruido de barco ensayando en el arrecife; océano blanco y rojizo de nubes lanosas; dedos que llaman; telaraña de matices manifestándose en un silencio sin sombras. Sueño.
Vida.
R. Ibáñez