SILLE SANAT

 

            El pasado viernes día tres, acudí a la Pinacoteca Eduardo Úrculo en Langreo, lugar donde se inauguró la exposición fotográfica Sille Sanat Sarayi.

            Cuando acudo a estos lares fotográficos me olvido de todo, y aunque en apariencia sereno, mis facciones denotan la excitación del momento. Lo sé, porque sin quererlo aprieto los dientes.

            Carezco del poder bivalente del fuego. No soy pariente de Hefestos. Mis conocimientos del mundo onírico se ubican entre la penumbra del pasillo y mi barba enmarañada. Luego no comentaré las expuestas en Sille Sanat.

            En la pinacoteca, las fotografías hablan un idioma diferente. Son un murmullo extraño, quizá confuso, que parece provenir del interior de los fotógrafos que exponen. Me detuve para escuchar con atención, mientras en el exterior, un sol apagado brillaba a través de un ligero velo de nubes

            Cada animal, cada árbol, cada brizna de hierba es radicalmente distinta en los diversos continentes que alberga la Tierra. Las fraccionadas imágenes avivan la curiosidad. Cada mirada es expectación e invitación a la exploración, quizá fugitiva, quizás a una reflexión cogida al vuelo, quizás a el rincón de un drama. Es lo único que permite comprender e interpretar esos horizontes fotográficos, esos pulsos cortos en pausas largas, libres, brillantes, que de otro modo serían estériles.

            Las tomas poseen la facultad de trasponer de espectador a morador, a formar parte de ellas, como la Vía Láctea.

            Aprecio que cada fotógrafo lleva en sí un mundo compuesto por todo aquello que ha vivido, odiado, amado. Yo lo traduzco a la conmoción causada por la especia de la pimienta durante el reinado de Enrique IV de Inglaterra. Ésta enloquecía a los ricos de tal manera, que la corte ponía sus granos en estuches para mordisquearlos. Esas sacudidas visuales, olfativas, ese calor subiendo por los pómulos e instalándose en los ojos, esa quemazón exquisita en la lengua agregaba un nuevo registro a los teclados sensoriales. Así, los autores han podido elegir y mostrar a posteriori, lo que a los dioses le sobran y otros rechazan.

            Quizás hoy en día, mi máxima pasión—aparte de los dos Miuras—sea descubrir novedosas realidades, cambios en la percepción, dimensión y significados que otros fotógrafos plasman por medio de su capacidad de observación y creación. Algo similar a un eclipse lunar, que con tiento anoto su inicio, evolución y final, para después, atreverme a comentarlo.

            No trato precisamente de cumplir con mi destino, sino más bien de intentar toparlo. Eso es lo que cebo averiguar. Hacia donde me dirijo. Al infierno, acaso.

            En la impávida soledad de la pinacoteca, entre muros y aceras, pequeños buques navegan en zigzag, respirando despacio, con la serenidad de la mujer hermosa que tiene plena conciencia de serlo.

R.Ibáñez