SENDEROS DE AGUA Y TIERRA

Oigo voces afirmando, que, para ser un periodista, de esos de pata ancha y negra, se ha de estar en posesión de dos cualidades indispensables: ser capaz de extenderse escribiendo sobre un tema del que no se sabe ni papa, y describir un acontecimiento al que no se ha asistido.

            Días atrás, durante una comida fraterna de la asociación fotográfica Asemeyando, tuve la oportunidad de mantener una distendida y amena conversación con el fotógrafo que a continuación describiré en este pequeño artículo.

            He observado por medio de las llamadas redes sociales, largas pinceladas de su fotografía. También he podido asistir a una proyección de su obra en la sede de Asemeyando en La Felguera, lo cual, me dio una nueva oportunidad de profundizar en el sentir, latir y pensar del fotógrafo: Vasco lo llaman. Y no, no soy periodista.

            No lo conocía en persona, y cuando se presentó la oportunidad, lo primero que observé, fue la expresión serena de quien cree saber lo que hace. Expresión reafirmada por un rostro vivaz de mirada sincera, comunicativa.

            Mientras lo oía explayarse—arranca y hay que pararlo—sobre su creación fotográfica, no pude dejar de sonreír para dentro, pues Vasco, al igual que todas las sociedades humanas, ha sentido la profunda necesidad de describir sus orígenes relatando su propia historia creativa, con la particularidad de caminar descalzo—autodidacta proclama él—por el suelo pavimentado, frío, protegiendo la llama de una vela—conocimiento digo yo—con la mano.

            Bromista, alegre y ciertamente revoltoso, al momento de relatar su obra, maneja la situación con la seriedad de arúspice de buena fe.

            Esta forma de hacer frente a los accidentes que la creatividad le pone delante, lógicamente, le traen ausencia de sosiego; aunque en Vasco, se mezcla brutalmente con su peculiar entusiasmo. Es entonces cuando se ve arrastrado a realizar una fotografía que no juegue con la ambigüedad de los nombres para producir efectos equívocos.

            De ahí, que con cada fotograma se rompa por dentro al mostrar sueños estructurados en procesos de cambio permanente; su fragilidad a la par que la resguarda. Algo así como esa cerámica griega, a las que el poder del fuego les confirió cualidad casi divina, prodigio de Hefesto.

            Fotografías iniciadas de modo confidencial, y finalizadas en notas cristalinas fluyendo en el ambiente con el semitono adecuado, acunando los sentidos del espectador—tal y como si escucharan una nana—al apoyarse en confesiones cromáticas de frescura alada por la facilidad con que se encadena una toma a otra.

            Ahí está, envuelto en su iconografía musical como si de un abrigo se tratara. Enamorado de la luz cuya estrella se le clavó en el alma.

            Aunque a primera vista no lo parezca, sus fotografías no son glotones moles estiradas o arrugadas resoplando como rorcuales en el océano arrastrando consigo dosis de miedo. Más bien, se asemejan a fieras enjauladas creadas al compás del ruido de las entrañas del autor.

            Por eso, a lo largo de la visualización fotográfica, uno se ve nadando en un océano de recetas culinarias repletas de ingenio en estado latente, con la posibilidad de que te estallen en las narices, según la locura del día en que Vasco las concibiera.

 Luego no queda otro remedio que seguir nadando para mantener la cabeza por encima del agua, pero según van transcurriendo las tomas, Vasco te tira de las piernas hacia abajo, cada vez más fuerte, con más destreza, pues su intención es la de arrastrarte a su océano embravecido, lugar del que es el único hacedor y que ha construido a conciencia. Serás atrapado en ese remolino de incontinencia creativa, y te ahogarás.

Y si no te ahogas, es porque fuiste capaz, en el último momento, de dar con la fórmula de la cualidad reflexiva de la sintaxis matemática en un haz de luz pura al entrar en contacto con una sustancia opaca.

Mi deseo de comentar este tipo de fotografía, hunde la raíz en el hambre de conocimiento, en la necesidad de tratar de responder a la pregunta del por qué de esas tomas. Una respuesta satisfactoria debería tener la estructura lógica de un argumento, que, a su vez, contendrá premisas conllevando a una conclusión. Si las premisas son auténticas, entonces explicarán las tomas dado que es la consecuencia lógica de aquellas.

Estas fotografías—condensaciones de una expresión de la cultura—son transmisoras intrínsecas del paso del tiempo, con el poder de extender la imaginación más allá del ahora. Así, la observo como dedos excavando la tierra blanda o dura, palpando filos, recordatorio de que el conocimiento va más allá de lo visual.

Distinguirla tanto por su textura como por su color, por su fluir y sonidos de tierra y agua, donde se establece la comunicación, relación, y no observarlas como un escenario sobre el que se pisa, pues no se debe olvidar, que siempre hay que caminar en compañía.

Fotografía para nuestro deleite, disfrute, empacho y satisfacción

R. Ibáñez