REDANIMARE

Ahora que ya no trabajo y me sobran las horas, busqué un sitio apacible para escribir, silencioso para mi triste figura. A lo mejor, resulta una ocupación provechosa eso de soltar al albur palabras, frases manidas preñadas de ideas trilladas que saturan mi vertedero del saber fotográfico.

            El caso es, que el viernes, día 13 de enero del 2023, asistí a la inauguración de la exposición fotográfica Redanimare, de la asociación fotográfica Ágora Foto Cine Club, en la biblioteca nacional sita en la ciudad de Oviedo.

            Una exposición colectiva de los miembros de Ágora, abarcando variada teología fotográfica. Es decir, que tiene un trasero…digamos…amplio, y aunque aparenta baja estatura y preminente barriga…vamos, que la expo no es flaca como el hueso de un pollo.

            Los autores fueron presentándose individualmente a la concurrencia por medio de pequeñas pinceladas de su ser y hacer.

            Escuchándolos, mi mente dedujo el diminuto mundo que cada fotógrafo ha ido construyendo en torno a él, a su percepción, manteniéndose, aunque las arrugas y las canas sean la evidencia del transcurrir del tiempo.

            En conjunto, la exposición es casi un mundo sin rostros, donde las sensaciones emergen como burbujas de sales en la bañera, bulliciosas cual río de aguas bravas.

            Tomas donde el cielo no está cubierto de oscuros nubarrones, sino de hojas húmedas anaranjadas. Colores brumosos, y en el ambiente, comienzan a soplar susurros, quizás de trinos, mientras el aroma a tierra se filtra por la nariz de manera misteriosa.

            La noche hace más intenso el frío, y posiblemente, fuera ese el motivo de la quieta fotografía cual estatua materna, como anotación en el rol de las deudas pendientes.

            De golpe, la sala de exposiciones se anegó de murmullos crecientes y vigilante de seguridad a los cuales no presté atención. Sólo pensaba en las fotografías preguntándome qué las hacia especiales. La respuesta surgió de por sí: la mirada. Ella es la causante del cambio de la percepción a medida que se las observa. Entonces pueden parecer buenas, regulares, ni fu ni fa, o bien, pueden descubrir un atractivo sorprendente. Aunque este razonamiento conlleva un posible malestar: la intimidad. Esta deja de pertenecer en exclusiva a las tomas, al depender de las circunstancias de quien las observa. Dilema eterno.

            La sala poco a poco se parcelaba en grupitos de gente, que, en apariencia, parecían debatir o comentar alguna de las fotografías expuestas. Aproveché el momento para acercarme a varios de los autores con la sana intención de indagar en los valores que manejan. Aquí es cuando un mapa pleno de detalles se hace esencial.

            En las fotografías expuestas, abundaba la quietud, y sin embargo, rompiendo el angustioso sosiego del nublado día, líneas certeras, como haces de luz, la atravesaban revelando sus colores, alimentando la imaginación de los presentes, e invitándoles a establecer relaciones entre lo observado y lo que sienten y saben.

            Fotografías alzándose como arcos triunfales de papel proclamando libertad. Refugio donde el espíritu halla cierto grado de paz.

            Desde luego, hacer fotografía no resulta una actividad carente de pasión, pues el fotógrafo ha de saber defenderse de aquellos frecuentes instantes en que las deliberaciones para la obtención de una fotografía se rebelan difíciles, e incluso tortuosos. Ha de pensar seriamente en graves interrogantes metafísicos, tales como: ¿Qué deseo narrar? ¿Cuál es el sentido de la toma? Etc. De ahí mi sorpresa al observar que alguna toma fotográfica se asemeja a cuando llegas a una tienda especializada en botas de montaña, de esas que garantizan un agarre y una impermeabilidad sin parangón. Andando, sin percibirlo, pisas el primer charco del camino, y sientes, de pronto, los pies mojados.

            En esto tenía la mente, cuando mis ojos se clavaron en dos fotografías, separadas la una de la otra por la claridad de las luces del techo. Libros y legajos rebosaban el cuadro con unas tonalidades majestuosas mientras hablan sin cesar. Ambas escenas brindan la posibilidad de ser leídas y vueltas a leer, sin que esa posibilidad se agote, pues tras el primer golpe de vista, uno se da cuenta, que debajo hay otra capa para ser leída, y luego otra, y otra más.

            La expo en general, es un sublime equilibrio de narración, capaz de hacer estremecer las tripas al más cascarrabias de todos.

            Al salir de la sala de exposición, me topé con una persona que tenía las mejillas cual camión de bomberos recién entregado al ayuntamiento por la fábrica. Me pregunté si la exposición habría tenido algo que ver con su color

R.Ibáñez