PRINCIPIO DE INCERTIDUMBRE

 El pasado catorce de octubre de 2022, tuve la oportunidad de explicar y exponer por primera vez, ante público, en la asociación fotográfica Asemeyando, mi fotografía. Mi forma de explorar las calles con sus gentes, sus modos de relación, sus gestos, sus expresiones, …salpimentadas de documental, para ser ancladas en las corrientes húmedas del aire marino, por entre nubes curiosas de blancos cúmulos con existencia individual.

 Las dudas antes de decidir a exponer fueron elevadas. Tras catorce duros asaltos boxísticos, de quince minutos de duración conmigo mismo, derrengado, llegué a la conclusión, de que en realidad, exponer, se transforma en un acto donde todas las tomas fotográficas, todos sus símbolos y caracteres, salen volando para mezclarse y combinarse en las formas seleccionadas por el autor; y de esas formas, en ocasiones, surgirán relatos extraordinarios, bellezas que te dejen clavado a la silla a modo de punta de hierro en la madera, en otras, surgirán antiguas criaturas de barracas de feria.

Exponiendo se asume un riesgo, por supuesto, pero si nunca se diera el paso de exponer, uno se parecería al cero, que aun representando lo absoluto, no se le puede atribuir cualidades, pues es la negación de todos los atributos. Luego, quién quiere parecerse a un cero.

Antes de dar inicio a las explicaciones de mi exposición, era consciente de que había recorrido un sendero ascendente repleto de pedrizos y cardos borriqueros. Camino de herradura internándose en el lejano horizonte, donde un cielo de nubes esponjosas se mueven al ritmo de una presuntuosa gitana sentada bajo un seto mojado. Goyesca, luciendo mantilla y peineta, charlando a gritos con las piernas que tiemblan, con el mundo, o vete tú a saber con quién.

Exponer puede resultar como aquellas peleas de novios de la serranía andaluza, que, en la noche de San Juan, el hombre, decoraba la casa de su amada con flores y ramos de cereza, pero si la noche anterior habían reñido, entonces ponía ortigas y cardos. Son cosas del amor cuando se convierte en fuego tenso y prolongado.

Al contrario de una sopa de letras la cual nunca se convertirá en un libro, quien expone su fotografía, de alguna manera, es un espíritu con nervio narrando aventura, armado de sable que no cesa de añadir fuertes pinceladas de truhanes coloridos; poseedor de ese brillo acerado en los ojos de quien no ha comido durante largo tiempo, y sentirse a la vez, sorprendido por la desnudez del acto expositivo.

Sí, a la hora de exponer, el miedo se puede ceñir sobre el autor a modo de crepúsculo en invierno, pero si hacer fotografía es un patrón generado por explosiones de actividad y creación mental, ¿no podemos imaginar que exponer es construir un zaguán alto y abovedado, blanco, espacioso, que comienza en el empedrado de la calle hasta llegar a formar un ángulo recto con la entrada para transformarse entonces en la cocina del autor?

Hacer fotografía y exponer fotografías son hechos diferentes, estrechamente ligados, guardando relación con los sentimientos humanos y la experiencia en sociedad.

Se puede estar contemplando un paisaje desde lo alto de una cima—fotografía—y apenas distinguir la montaña de enfrente—exponer.–Salen a relucir los prismáticos, y entonces, descubres una pista forestal conduciendo hasta la cresta que hace poco no se podía distinguir. Ahora se hace patente la posibilidad de avanzar hasta ella, pero cómo. ¿Explorar la pista fiándose de los prismáticos, o la emprenderla de verdad caminando? Si la opción es ir a pie, ya no se contemplará la cima de enfrente, sino que te adentrarás en la misma, y será un juego peliagudo, puesto que te enfrentarás a riesgos desconocidos para quien se quede a resguardo de los prismáticos: la desorientación, el agotamiento, la sed, el frío, o perder el pie según asciendes por la pista forestal y caerte al vacío. Sí, el vacío siempre está ahí. Yo prefiero fingir que no hay abismo, luego no lo miro. Otros en cambio mirarán directamente al fondo para no tropezar, o quizás para saltarlo.

Si las obras no salen a la luz, se van entonces atesorando, guardando. Imagino que serán para cuando el tiempo nos alcance, y cuando seamos mayores, volver a mirarlas sintiendo una ráfaga de nostalgia en el rostro, aunque recordar fuera lo último que nos pudiera apetecer.

Terrible la fotografía cuando da periodos de fiebre.

R. Ibáñez