POCIONES MÁGICAS

 

            Antes de arribar a Campo de Caso para asistir a la presentación de la exposición: “Con ojos de mujer”, de la asociación fotográfica Asemeyando, hice una parada en el camino. Tenía tiempo suficiente puesto que hasta las doce del mediodía no comenzaría el acto de inauguración, y apenas eran las diez y media.

            Buscaba un lugar desde donde admirar la belleza de las montañas circundantes al pueblo, envueltas en bruma, salpimentadas de nieve recién venida al suelo, bordeadas del ocre bosquecino.

            Paré en un pequeño prado rodeado de maleza diversa. En mitad del mismo, una burra parda me miró con desgana mientras movía rítmicamente las mandíbulas. Perplejo, me quedé mirando fijamente el paisaje rebosante de humedad, como absorto en la contemplación de la burra parda.

            Al marchar, tuve la extraña impresión de haber estado confesándome.

            No deseo en este pequeño artículo, abordar las cuestiones de carácter ideológico que arropan la exposición, pues el mundo…tan hermoso, problemático, absurdo…porque nada de eso es realmente importante. Dentro de cinco, diez, veinte años, lo inadmisible actual, los problemas cruciales, y lo hermoso habrán dejado de existir; otras preocupaciones ocuparán su espacio…aunque las fotografías ahí estarán, con sus propuestas discursivas, maravillosas, tan extrañas en ocasiones, no cambiarán…casi son eternas, y en ellas sí quiero entrar.

            Dado que eran varias las autoras exponiendo, el discurso de cada cual era cortito. Luego tras echar un primer vistazo a bote pronto, tuve la impresión de encontrarme en una animada conversación de amigos, donde todos los temas posibles se abordan y en nada se profundiza.

            Como una hormiga tras un mendrugo de pan en el pedregal, regresé a las tomas. Ahora más detenidamente.

            La mezcla fotográfica se me antojaban olas heladas y ardientes inundando la sala alternativamente, asaltando, envolviendo, invadiendo, en lucha constante por aturdir al espectador.

            Dos retratos. Uno desafiante, duro; otro abstraído, tierno; ambos mudos. Pensaban. Me recordó la escena de un tiempo no lejano, donde un campesino con sombrero de paja, en mangas de camisa negra y pantalón de pana, cava, riega, siembra, planta. Al cabo de un rato, apoyado en la azada, mira retando al horizonte, piensa ensimismado. Después, tras encogerse de hombros, reanuda su tarea. Ese instante retador, de ausencia, quizá fuera el resumen de un mundo de pensamiento, tan numeroso, tan profundo, tan extraño, que no encontrase el labriego palabras para expresarlo. De ahí las tomas.

            En el interior de la sala de exposiciones, un mundo finito de formas y colores se mostraba. En el exterior, un viento frío y cortante azotaba las calles de Caso.

            Cuanto más tiempo dedicaba a observar las fotografías, más me asustaba su potencial, como si fuera una máquina de fuerza inconmensurable, con un corazón desatado; posiblemente enamorado.

            Algunas tomas se transformaban en silbidos de locomotora a vapor, que echando humo de negro carbón, se desgañitan recorriendo los raíles mientras la niebla abre y atraviesa las ventanas de los vagones de pasajeros.

            Comentaban entre miríadas de chispas ardientes a modo de almas volátiles, y la calma rojiza de quien danza en honor de la mar, que no sólo vemos de noche, igual que no siempre amamos con idéntica intensidad y pasión, pero que sí eran capaces de emocionar a cada instante. De ahí que proyectaran su visión en la sala aliadas con la música para descubrir los entresijos fotográficos.

            En la pared que tenía enfrente, se mostraban parceladas marañas de callejuelas azuladas calurosas. Detrás, como salidos de la nada, jinetes arrogantes se pavonean ante la cámara. Fusiles en mano, miedo. Frontera invisible de un mundo que mira hacia adentro y no hacia afuera, en el que no se puede dar por supuesto las cosas, pero en el que se da la estimulante posibilidad de atisbar otra visión de la realidad.

            Las tomas nocturnas de Tailandia, tras conversar con la autora, entendí que había arribado a un lugar idílico, perfecto, aunque pleno de gentes amantes de lo ajeno, lo que se tradujo en la sensación de estar como una ballena varada en la playa. Pero nada de lo “monstruoso” aconteció. Malos entendidos.

            Esta explicación me trajo a la memoria el estudio antropológico de Diamond sobre las sociedades tribales en Indonesia, donde las personas carecen de apellidos, siendo los nombres de pila los que solventan el problema relativo al tú-yo. Es decir, como dirigirse a otro de manera educada. Resulta embarazoso el dirigirse a alguien cuyo nombre de pila le es desconocido. Así, por ejemplo, no preguntan: ¿estás ocupado hoy? Sino: ¿está Pepi ocupado hoy?

            Esta exposición oculta un principio muy sencillo, aunque vital. Me refiero a su división en opuestos como luz y oscuridad, derecha e izquierda, masculino y femenino, etc. Opuestos que rigen la visión, el gusto, el placer, el beneplácito de la contemplación, y eso hace que se puedan leer.

            Gozan las tomas de una absoluta libertad de movimientos. Desde un abandonado pasado revivido en el presente, hasta un ahora presente en continua expansión.

            Fotografías tangibles surcando el espacio vacío a modo de palomas blanquecinas desconocedoras de ventanas donde aguarda el frío. Espíritus corpóreos morando en las nebulosas imaginativas de las fotógrafas.

            Desde luego, las autoras son como aquel pasajero de avión de bajo coste y largo trayecto, que, en previsión de ausencia de comida aceptable y asequible monetariamente, se proveyó de embutidos y de empanada de bonito, amén de una botellita de vino tinto conque regar, entre bocado y bocado, el gaznate, dejando al resto del pasaje soñando con una de las lonchas, en bocas que se hacen agua.

            Se me salta la boina.

            Por cierto, ¿un museo es algo más que un frío banco de arte?

R.Ibáñez