El sábado día diez de abril, participé en una nueva emisión de Tarde de Fotos, auspiciada por la asociación fotográfica Asemeyando. En esta ocasión, el actor principal e invitado, era un tal Alejandro Ramírez. Un desconocido para mí.
Como en ocasiones anteriores, la pantalla de mi ordenador se fue rellenando en su parte superior, con cuadraditos que mostraban los rostros—casi todos—de los participantes. Y como en ocasiones anteriores, el ambiente diseminaba energía expectativa, lo cual hace más atractivo si cabe Tarde de Fotos.
Mientras el Sheriff y el Maestro de Ceremonias se ponían de acuerdo en los pormenores de la emisión, busqué entre los cuadraditos del ordenador al fotógrafo que nos había reunido. Creí dar con él, pero no estaba seguro.
En la calle el sol escaseaba pues la noche le iba pisando los talones a la tarde y la lluvia comenzó a golpear levemente los cristales de mi casa.
Llegada la hora, el Maestro de Ceremonias nos presentó al protagonista: Alejandro Ramírez. Joven, con un rostro nada arrogante, de voz y gestos contenidos, guarda una semejanza física con el detective de la serie televisiva Luz de Luna. Al poco, el Maestro de Ceremonias le fue haciendo, a modo de introducción, una serie de cuestiones a las que el modo cohibido de Alejandro respondía políticamente correcto. Quizás por no querer molestar a nadie. Quizás porque estaba sumido en un sueño oscuro desde el que intentaba escudriñar a través de la lluvia.
Finalizada esta etapa de Tarde de Fotos, se abrió paso en la pantalla de mi ordenador una mezcolanza de estilos fotográficos. Yo observaba con la mayor intensidad posible para que se grabaran en mi mente aquellas fotos, pues parecían saludarme tímidamente con la mano.
La mirada desarrollada por Alejandro no me resultó íntima, aunque sí reveladora del empeño en buscar secretos en lo típico con * puntillismo. Fragmentos escogidos—aunque al autor no le “gustaran”—de sociología instantánea de objetos varios con interés, encanto y oscilación entre las normas fotográficas y pictóricas. Resultado del grado de compenetración entre el creador y su obra.
Posiblemente el rasgo característico del autor, sea la curiosidad por descubrir imágenes que prometen un punto de observación comunicativa a partir de un tema simple para mostrar la profundidad idónea de significado. No obstante, tengo la sensación de que las imágenes de Alejandro tienden a ser ambivalentes con respecto a su pensamiento y emociones. Esta percepción partidista deriva de la intensificación abierta de la producción fotográfica del autor. Y sin embargo, en los fragmentos de su obra se aprecia la construcción de un orden gráfico estructurado transmitiendo pasión y simpatía por los temas tratados.
No sé, tengo en la cabeza una pota donde se cuecen las impresiones y efectos descritos. Es como padecer inquietud angustiosa en un día claro y despejado.
Ser fotógrafo es apasionante, pero a la par es una tarea compuesta de elementos diversos evolucionando para da respuesta a las cambiantes realidades de las sensaciones. Esto no es nada nuevo. Todas las sociedades humanas han sentido la profunda necesidad de descubrir y comprender tanto sus orígenes como sus sentimientos y sensaciones narrando su propia historia. Cómo se cuenta es lo que hace perder o despertar el interés de continuar investigando y observando.
Si la pluralidad fotográfica juega con la ambigüedad, producirá equívocos y artificios fotográficos. El lado opuesto dará lugar a la creación y por ende a la obtención de criterio propio. Esto último es lo que me encontré. También un aire a Rafer.
Resumiendo, las fotografías de Alejandro hablan el idioma fotográfico y parecen brillar y brotar como las aves salvajes.
También observé en Alejandro una faceta desinteresada, aunque muy enriquecedora: la transmisión de la curiosidad para profundizar en la comprensión del lenguaje fotográfico y su capacidad para ayudarnos a soñar nuestros propios sueños.
Toda moneda consta de un anverso y un reverso: patrimonio—patrimonio inmaterial (sí, no existe de por si el patrimonio inmaterial tal y como trata de inculcar la Unesco, que se sacó el término de la manga). Hago este último comentario en base a la respuesta dada por Alejandro al tema de los autodidactas, que, por cierto, no pude seguir indagando, pues fui despedido por el Maestro de Ceremonias, como un marido molesto, con el simple recurso de colocarme mis zapatillas en el lado exterior de la puerta de entrada a mi casa. Vamos que se acababa el tiempo. En ese momento me sentí como un indio Pueblo de Arizona o Nuevo Méjico.
A lo que iba. Las explicaciones políticamente correctas en el asunto de los autodidactas, no las puedo entender, si lo hiciera, sería como creer que los templos mayas descendieron de los cielos sujetos por hilos de oro, en lugar de pensar que fueron construidos con el esfuerzo de las personas. Que la gente piense o imagine, que colgarse del pecho a modo de medalla el término autodidacta es lo apropiado para el arte fotográfico, no lo puedo aceptar como explicación de las tendencias y prácticas fotográficas. Hacerlo implica basar la explicación última de toda la vida fotográfica en lo que la gente piensa o imagina arbitrariamente; la gente piensa o imagina lo que piensa o imagina. Esa sería la verdad autodidacta.
*Puntillismo: Técnica de los pintores neoimpresionistas
- Ibáñez