Hace días, mantuve una conversación telefónica corta, no intensa, aunque gratificante, con un miembro de la asociación fotográfica Asemeyando. Giraba el diálogo en torno a una fotografía de calle. El caso es que me hizo pensar sobre el tema, pues no tenía claro si habíamos llegado a un entendimiento meridiano.
Sacando energía—la cual últimamente se ubica en un dos por ciento de mi batería—de no sé dónde, daré una opinión particular sobre el significado de Street Photography. Trama que, por cierto, me interesa muchísimo.
¿Quién eres tú que adoptas tan diferentes formas?
Contemplamos multitud de fotografías y al hacerlo creamos conceptos particulares (clasificaciones) en nuestras mentes. Esos conceptos condicionan nuestro modo de verlas, bien apreciándolas, bien rechazándolas, bien mostrando indiferencia. Esto no responde a un hecho fortuito, ni al acto grotesco de un borracho, sino a un repertorio de connotaciones vinculadas a proposiciones complejas nacidas de un paradigma: el inicio de la fotografía.
La fotografía callejera en su iniciación era menos un movimiento artístico que una expresión de conciencia social comprometida con los problemas reales de cada día en el mundo urbano. Esta preocupación surgió como consecuencia de la industrialización. La sociedad industrial necesitó enormes cantidades de mano de obra, lo cual, provocó el éxodo masivo del campo, engrosando la ciudad y sus arrabales. El movimiento migratorio conllevó a la pérdida de identidad y del papel que cada cual jugaba en su comunidad. Ahora eran integrantes de un sistema productivo que les organizaba la vida según los criterios económicos del momento y, en consecuencia, abandonaron las normas morales que hasta ese instante eran la base de su sociedad rural.
A las Ciencias Sociales, la fotografía callejera/documental, les demostró ser una excelente herramienta para la documentación de las condiciones de vida y el medio en el que se desenvolvían las sociedades. En concreto tanto la Sociología como la Antropología se beneficiaron de ello, dado que estaban al tanto de que la vida no era la falsedad más colosal y que la vida humana no coincidía con la vida del ser humano, al ser el conjunto social, no individual, convirtiéndose la fotografía en una expresión de la conciencia social comprometida con los problemas del mundo urbano industrializado. Esta transformación social y cultural no sólo trajo miseria, sino que cuestionó el concepto del bien y del mal.
Lógicamente carecían del punto de equilibrio fotográfico que representa un movimiento artístico.
La street photography comienza a alcanzar un desarrolló importante cuando se contrapone a la fotografía claustrofóbica del estudio, su solemnidad y sus poses estudiadas, calculadas. Fotógrafos de la talla de Eugène Atget, Henri Cartier-Breson, Willy Ronis, Brasaï, Robert Frank, Robert Doisneau, Garry Winogrand, Walker Evans, Diane Arbus, Mary Ellen Mark, Joel Meyerowitz, Eugéne Smitz, etc, centran su trabajo en la fotografía callejera, capturando oleada tras oleada de acciones, reacciones, interacciones, emociones, lenguaje corporal, excentricidades, colores, olores, sabores, humor, viajaban entre realidades que son los reflejos sociales.
Por tanto, no se trataba de captar personas por el simple hecho de capturarlas, ni tampoco de una simple instantánea, sino de una reflexión sobre la naturaleza de la sociedad.
¿Cómo aferrar las emociones fugaces que me transmite el dinamismo social?
Solemos pasear por las calles sin dar la debida importancia a la miríada de interrelaciones que se dan entre personas, e incluso entre humanos y animales. Es como los apuntes antropológicos, donde hay una sección dedicada a la metodología que muy poca gente lee, a excepción, claro está, de otros antropólogos.
Uno de los atractivos de la fotografía callejera habita en la condición de que el fotógrafo callejero a merodeado, fisgado, deambulado, observando atentamente para encontrar las conexiones que se desarrollan en lo inesperado, para al final, obtener el premio: una fotografía intensa mostrando la cotidianidad urbana en un instante concreto de la vida y que, de un modo incuestionable, después ya se ha disipado; rebanadas no premeditadas del mundo. No hay nada de presuntuoso o vanidoso en ello.
La fotografía callejera es un continuum sobre la existencia en el cual, emocionalmente, me encuentro atrapado y me cuesta articularlo de forma racional. Quizás porque sin quererlo o buscarlo, cargo con la porfiada vaguedad de lo real, con esos eventos que se suceden unos a otros adentrándome en los parajes oscuros y elusivos de las pulsiones humanas.
R. Ibáñez