Inevitablemente, toda antología fotográfica implica una elección: la del autor. Antonio Muñoz Nava nos presentó su macrofotografía por medio del programa Zoom. Sí, el de los cuadraditos. ¡Maravillosos cuadraditos!
Cuando finalizó la sesión, comencé a pasearme por mi casa igual que un gallo en un gallinero. Pero al rato, el aire se fue cargando de olor a rancia impotencia. Todo era silencio. Estaba abrumado por la confusión. ¿Cómo iba a relatar mis impresiones si nunca me había atraído la macrofotografía? ¿Cómo iba a realizar una crítica de un asunto, para mí, poco agradable y un tanto friki?
Esta agitación interior quizás estuviera promovida por la atracción de la gracilidad de la naturaleza—aunque arañas y serpientes, huummm—quizás porque en las tonalidades desplegadas por Muñoz Nava radica la alegría melancólica de las gracias y los demonios; quizás porque esta clasificación fotográfica se asemejaba a palabras extrañas que se me atragantan al mostrar un lenguaje que no me permite susurrar. Vete tú a saber.
Fuera del modo que fuera, el estímulo que percibí fue distante al obtenido en la presentación del libro “la mujer y la mar”, sitio donde la prosa y la fotografía no daban ni sabor ni sustancia al tema.
Volviendo a las cuestiones. Dado que no las puedo eludir, escribiré intentando dejar fuera lo que considero interesante fotográficamente hablando para mí; también aquello que pudiera resultarme del gusto o de la moda ahora imperante.
La serie fotográfica muestra el anhelo de querer ver lo que está oculto. De desvelar y mostrar hasta tal punto, que parece una necesidad profunda y primitiva del autor.
Aquí está representando lo real inmediato, lo ya visible entretejido en un velo brillante extendido por toda la Tierra. Cocina sus fotografías como si tuviera en las manos un sartén para hacer una salsa. Está atento a la hora de espesar y la mueve con rapidez para no crear grumos.
Los conos de luz que llegan a las gracias y los demonios, depositan ráfagas de energía adicional que provocan una onda expansiva que se propaga hacia el exterior para finalizar en un espectáculo emocionante.
Yo vuelo hasta el lugar donde mis apetitos siempre me han llevado con menor o mayor acierto: la fotografía callejera y el retrato. Ambas muy distantes del universo del actor. Tanto como estar en el centro de la galaxia elíptica M87, a cincuenta y cinco millones de años luz de la Tierra.
Muñoz Nava me ha causado el efecto de…estar subido a una plataforma de observación a elevada altitud. Desde ahí, todo objeto se muestra pequeñito y gracioso cual casita de muñecas.
Ninguna otra actividad artística tiene mejores armas para ejercer la manera de mirar que la fotografía. Algunas de estas miradas reviven sueños oscuros, otras se transforman en sombras demoníacas habitando en el límite del mundo del fotógrafo; hay quienes logran transmitir parte o toda su nostalgia a las imágenes. En ocasiones, las fotografías bullen en el aire barruntando preguntas sin respuestas; otras pierden el miedo a los demonios externos e internos, y las hay, que cada momento, cada percepción, cada detalle mostrado es un manifiesto de la pasión fotográfica. En este último apartado me encontré con Muñoz Nava, y fue algo similar a un eclipse que durante un breve tiempo y en una franja estrecha, a pleno día, sumerge al mundo en oscuridad. Aunque en este caso, a la inversa.
La penumbra del incipiente anochecer reina en la tímida calma de un cielo plomizo y gris invitándome a finalizar, no sin antes argumentar, que durante el Paleolítico, mientras los hongos de la miel crecían como racimos en los tocones de los árboles, los humanos modernos recogían tierra rojiza y dibujaban las formas de los animales de su nicho ecológico, dando paso al nacimiento del Arte. Pero el Arte no existe pues su esencia es la de un fantasma, la de un ídolo. Hay artistas. Muñoz Nava, por ejemplo.
R.Ibáñez