El Taller del Arquitecto

En Zoom—ya me está resultando tan próximo como que el sol brilla y la Tierra rota sobre su eje—he podido asistir a una nueva edición. En esta ocasión, un tal “Karolo”—en ocasiones Maestro de Ceremonias de las emisiones fotográficas—nos presentó un trabajo de realización propia bajo el título: La poesía de las líneas.

            El autor utilizó una metodología (grado de información y conocimiento, análisis bibliográfico, documental y de edición de la materia que presentaba), que hasta ese momento no había observado en anteriores ediciones. Fue una muestra del grado de comprensión consciente del mundo arquitectónico, así como de la carencia de ambigüedad y ambivalencia respecto al pensamiento y emoción del tema propuesto.

            Con “La poesía de las líneas” me sitúo en los límites de los temporales y las tormentas. Tanto, que sólo hice una pregunta durante la emisión. Sí, permanecí callado.

            El riesgo de comentar “La poesía de las líneas” sin que suene a altanería desmedida, es más que evidente. El pánico a perderme, tremendo. Es algo así como estar en un bosque envuelto por una densa niebla. Hay un camino y debo andarlo. No soy Superman, ni nada que se le parezca, y por tanto, carezco de poderes sobrenaturales que me permitan observar a través de la niebla senderos alternativos. Sólo puedo visionar un trozo pequeño de mi propio camino cada vez que doy un paso, y con suerte, otro detrás de mí. Es un velo de incertidumbre provocando miedo; aunque merece la pena recorrer el camino luchando por encender una luz en mi oscuridad.

            “Karolo”, deposita en la estética de la naturaleza intervenida por humanos, la transmisión de su sensibilidad, a la par que nos ofrece como espectadores, la oportunidad de reflexionar sobre esta naturaleza.

            Logra configurar una plasticidad vertebrada en su compromiso por demostrar, de que, aún estando inmersos en un mundo estúpido, lleno de contradicciones y a menudo totalmente absurdo, todavía somos capaces de conmovernos ante el sentido mágico y místico de los haces de luz atravesando la naturaleza intervenida.

            En la fusión de hidrógeno a helio, la materia se transforma en energía. En la fusión de mirada a fotografía, la materia se transforma en emoción y eficiencia. Y es ahí donde reside la clave para entender la fuerza y el desarrollo gravitatorio de la visión peculiar del actor.

            Por mi parte, observo una cierta excitación en el ritmo y en la progresión de las diversas líneas, su tensión y su relajación en la armonía de las curvas, en las infinitas variaciones del movimiento que se aleja y retorna a un centro tonal.

            Con su estilo de acceder al conocimiento de lo arquitectónico y su forma distinta de “dar con las cosas”, parece no cesar de proponerse y conquistar nuevos retos.

            Estas implicaciones, lógicamente son asignables al trabajo, aquel sobre el cual edifica su singularidad, permitiéndole establecer una especie de ruptura con respecto a otras disciplinas fotográficas. Así, intenta acercarnos a la comprensión de la extraña armonía que refleja su obra, y de toda la fascinación e inquietud que genera su visión. No es tanto por sugestión, sino por ese tono melancólico, ese lirismo con que recuerda y presenta los días vividos entre arquitectura estructural—muda para personas como yo—sino también por las circunstancias personales que le condujeron al descubrimiento—casi podría decirse ahora vocacional—del taller del arquitecto.

            La obra es belleza inmóvil capaz de evocar movimiento por la simplificación formal. Fachada exigente y neoplatónica, capaz de justificar la mirada del actor, su desesperación y su esperanza.

            Quizás podría afirmarse: continuará.

            R. Ibáñez.

Bibliografía:

  • Michael Gibson: El Simbolismo.
  • Marvin Harris. Antropólogo: Caníbales y Reyes.
  • Raquel Piñera. Antropóloga: Sentidos y Prácticas
  • Heino Falcke. Físico de Astropartículas: La Luz en la Oscuridad.