Estaba en el interior del chigre, con la botella de sidra a mano y mi soledad a cuestas, dándole vueltas en la cabeza al paradigma: “la Cuenca duele”, de Roberto Pato. Cerca del baño, una silla se quejaba lastimosamente cada vez que alguien se sentaba encima, o bien cambiaba de posición. Afuera, en la sombría calle, a la luz tenue de la farola, una figura “hermosota” daba saltitos, quizás para entrar en calor o perder algunas calorías. No lo sé.
Nos decía el autor a los congregados en Asemeyando durante el pase fotográfico, que “la Cuenca duele” nació de reflexiones personales surgidas durante el trayecto que va de Langreo a Laviana. De subir y bajar por las calles deteniéndose a observar la decadencia del entorno y la tristeza subsiguiente.
Así, fascinado por lo invisible, por lo que fue, lo que pudo haber sido, lo que no es la Cuenca, y no queriendo dar la batalla por perdida, fotografió aquello que le conmovió. Agudizó el oído para escuchar y captar antiguas palabras lanzadas a los vientos y llenar con ellas de significado el camino de Laviana a Langreo.
Nostalgia.
Recuerdos de un tiempo al que se siente vinculado afectivamente. De ahí, acaso, el enmarque de su rostro por una mirada serena, profunda, luminosa, a la que se suma una peculiar tranquilidad, como si pudiera ver el futuro, acaso aciago, acaso afortunado, y una voz interna le estuviera susurrando: “se puede lograr.”
Las tomas de “la Cuenca duele”, no son como aquellas fotografías que, en lugar de hablar, escuchan pasos al otro lado del marco, y estiran el cuello con la ansiedad propia del ganado de establo cuando creen que la mano del granjero abrirá la puerta y caerán los granos de maíz en el comedero.
Fotografía que, desarbolada de su antifaz de hombre, se entrega débil, desnuda e indefensa, sin mendigar homenaje. De aire cercano y a la par distante, como absorta en una ensoñación secreta.
A pesar de la actitud externa serena de Roberto, la serie esparce palabras duras salidas de semblante hosco y puños apretados, anhelando restablecer el equilibrio de las cosas, que no el renacer.
El guiño documental de la serie, no ceja de preguntar: ¿qué sucede cuando la luz, la oscuridad, la soledad, la multitud, el ruido, el silencio…se torna en obstáculo, en problema?
Haciéndose patente el frío, la cercanía, la distancia, el tibio calor, todo se torna en aullido quejumbroso, amargor en los labios, como estar predicando el Evangelio de cualquier santo a unos pocos cristianos renacidos.
Encuentro la serie como medida de un conflicto solidificado cual guerra larvada requiriendo un desencadenante con el que transmutar la fingida indiferencia de la población, en discusión y enfrentamiento.
“La Cuenca duele” es la consecuencia de una previa oleada de acontecimientos carentes de colchón con el cual amortiguar la destrucción de la comarca y su posterior precariedad. De acciones faltas de conciencia. Recogidas por el autor, narra la historia manteniendo el tejido tenso para que no se afloje.
Reflexiones.
En el chigre, el aburrimiento se adueñó de mí cual polvo adherido a una habitación deshabitada. Permanecía con la cabeza revolucionada, aunque apuntando a lo cercano. Miraba a los parroquianos de mi alrededor, y creía percibir la ausencia de curiosidad en sus rostros, esa de la que días atrás nombraba Roberto. Quizás fuera debido a un efecto sugestivo, pero me pregunté si serían conscientes de estar adoptando una actitud censurable, y con ella, creando un círculo vicioso a modo de relojero cuyo trajín es montar y desmontar el viejo reloj del bisabuelo.
Muestra el autor el reflejo de lo flotante y degradado que no desea escapar a su oscuro quehacer, ni emerger cual sol brillante, sino vagar por ahí, como en pleno invierno, muerto de frío por el bosque, buscando refugio y comida, con trapos viejos por zapatos.
De Laviana a Langreo se viste de largo, de espíritu indígena, fenómeno que aparece como la causa del deseo del autor de constituirla en relato documental y no como efecto o la necesidad del prestigio.
El aire de los montes le creó el apetito por los vestigios de este reino de la Cuenca el cual ya nadie recuerda y sus historias relegadas al olvido, pues el presente alcanzó al pasado como el crepúsculo remata el día, con la nostalgia de aquella iglesia alejada del pueblo, cimentada sobre los bordes de un manantial de agua cristalina, a la que en su momento se le atribuyeron cualidades milagrosas.
En definitiva, una mirada rebosante donde el color marca el ritmo sentido: el dolor; cual navío que zarpa del puerto en secreto, camino de la línea azul del horizonte dejando tras de sí la estela de su rumor.
Aunque… el caso es, que la serie lleva puesta un chaleco de brillante verde, toques de azules e intensos rojos, y unos pantalones de cuero negro.
R.Ibáñez.