La pinacoteca Eduardo Úrculo de Langreo, y dentro de la sala de exposiciones FIAF—no sé por qué siempre acabo diciendo FIAT—acoge la obra fotográfica NAMASTE, de los fotógrafos África Márquez y Carlos Carmona.
Llevo una semana, fotográficamente hablando, siendo invitado, y, por ende, testigo de sendas inauguraciones fotográficas claramente diferenciadas. Tanto por el lugar de exhibición (Hospital Valle del Nalón, pinacoteca Eduardo Úrculo), como por la temática expuesta. Algo muy emocionante.
No obstante, si la sita en el Hospital refleja una preocupación actual y concreta, la ubicada en la sala FIAF, su anhelo se me escapa. Esto me abre el apetito inquieto, obligándome a reflexionar sobre su materia—social y fotográfica—a modo de monje capuchino de convento, paseante de sombras, impresiones y recuerdos. Con un cierto temor a caer en lo etnográfico.
Lógicamente he estado con los autores, y escuchado la urdimbre de su obra. La emoción, el impacto profundo que les causó un continente como la India. Teatro de euritmia y sugestión. Evasión del tedio sospechoso de incurrir en ajada manidez.
Relatos fotográficos en forma de libros, exposiciones o álbumes sobre la India, los hay en cualquier parte, pero en ellos, la preocupación por el efecto—sí, la dichosa primera impresión—domina en demasía, tanta como para que no se pueda apreciar el valor del testimonio que se da. No suelen despertar el espíritu crítico, sino que la vulgaridad y la trivialidad aparecen transformadas en revelaciones que el autor santificó. ¿Qué se puede obtener de esos trabajos? Migajas insípidas de información que deambulan por todos los manuales habidos y por haber. Para colmo, al autor no le tiemblan las piernas en presentarlo como testimonio y revelación original.
No me cabe duda de la existencia de excepciones. En NAMASTE, el cartel de presentación de la obra, me indica el primer cambio. A modo de Joquer, dos hombres, uno en color, el otro en ausencia del mismo, miran al visitante mientras se unen por las narices. El que tiene una especie de gorra sobre la cabeza, abre los ojos al nuevo mundo, el que carece de ella, entrecierra los ojos. La piel arrugada contrasta con la lisa del compañero, Fondo enfocado, fondo desenfocado. Un buen comienzo con el cual marcar diferencias. Y continúa.
Dentro de la sala FIAF, las imágenes, en global, se intercalan entre el blanco y negro desdramatizado, y el toque preciso, justo, de color. Las treinta y pico fotos—no recuerdo el número exacto—se dividen en retratos magníficamente ejecutados—color—y una mezcla no definida de documental/social/Street—blanco y negro—resueltas con una maestría que ya me gustaría.
Individualmente, las fotografías parecen despojarse de todo lo material para reflejar la belleza de lo lejano, y una pausada poesía atrayendo a lo próximo, expresada con delicadeza. Esta manera de intercalar las fotografías, son como contrapuntos de líneas y notas con masa que se atraen, sin que dicha atracción fuera superior la una a la otra.
Como especie homo sapiens, de la tribu hominini, muchas de nuestras pautas de comportamiento son innatas, y pueden ser reconocidas por cualquiera, independientemente de la etnia, la cultura o el lenguaje: la sonrisa, el ceño fruncido, el orgullo, el sentido del humor, la solidaridad y el amor que sentimos por otros seres humanos, son universales. Carlos y África no los aproximan, a la par que nos hablan de un supuesto pecado original cargado a las espaldas, pero también, seguro que tenemos una virtud original.
Hoy el día brilla con las alas luminosas de multitud de mariposas. Dejo escapar un largo suspiro antes de proseguir, pues sombra es lo que se genera cuando te sitúas delante del sol.
La exposición como un todo conceptualizado, expresivo y aglutinador de una idea, por mucho que intento proyecta mi escasa capacidad mental, no consigo percibirlo, ni verlo interactuando entre sí como un mecanismo de retroalimentación; al contrario, más bien lo avisto semejante a mi sobrino: lleva pañales. Le queda mucho camino por recorrer.
Quizá se deba a que los diversos marcos de referencia en que operan los individuos de culturas ajenas, chocan frontalmente con las actitudes de la cultura propia, dejando a uno descentrado, por no decir alelado, y con grave riesgo de caer en el abismo obscuro del etnocentrismo.
Quizá se deba a la incomprensión de que todas las sociedades humanas abordan como elementos clave, la desuniformidad económica y la movilidad social a ella vinculada, desmenuzando sus consecuencias en aspectos transversales: cultura, salud, educación, comportamiento político y trabajo.
Así, por ejemplo, el papel que juega en la sociedad hindú las “vacas” sagradas, no es tanto un tabú como un proceso de trabajo. Las vacas hindúes, tanto las del campo como las de la ciudad, tienen propietarios que las dejan vagar buscando alimento durante el día y las recogen por la noche para ordeñarlas. Gubernamentalmente, existen asilos y campos reservados para las vacas custodiadas policialmente, dado que el vagabundeo conlleva conflictos entre clases sociales. Para unos, las vacas son unas ladronas dado que irrumpen en tierras ajenas expoliando su riqueza. Para los dueños—como norma, un agricultor de medios económicos justos—la vaca es un mendigo sagrado.
Ningún campesino hindú sacrifica deliberadamente un becerro o una vaca decrépita a palos o con un cuchillo. Se deshace de ella cuando se vuelve inútil—como en cualquier otra sociedad humana—con diversos métodos. Por ejemplo: a una ternera se le coloca un yugo de madera en forma de triángulo alrededor del cuello, de manera que, al tratar de mamar, pinchan las ubres de la vaca, y mueren como consecuencia de las coces que recibe de ésta. A las vacas viejas, se la ata con cuerdas cortas dejándolas así hasta su fin. Y para no ser pesado, como último exponente, las vacas se venden a intermediarios musulmanes y cristianos yendo a parar a los mataderos urbanos.
Por tanto, la “vaca sagrada” es más bien una actividad económica que supera las pautas de ahorro de economía occidentales, así como una forma de proteger a las masas campesinas contra los estragos de la industrialización.
Retomando el origen. La expresión más extraordinaria de la cultura hominoidea es el arte, pues hemos tardado las tres cuartas partes de nuestro recorrido evolutivo como especie, en crear las primeras manifestaciones artísticas—40.000años. —En NAMASTE, individualmente, hay tantas vidas para ser leídas en cada rostro…Tiendo a la abstracción e imaginarme que los retratados son como aquellos profetas del Antiguo Testamento, barbudos, maltrechos, descarnados de tanto pregonar el pecado o el fin del mundo, lo que me crea una mueca entre divertida y curiosa.
El caso es que la muestra me seduce con sus pequeñas ventanas abiertas a lo diverso, por ese transcurrir del tiempo tranquilo, por esos halos blancos que bordean las imágenes. Juego inquietante, cuyo objeto es un gesto distante traído a lo próximo. Siluetas transformadas en fantasmas a punto de desvanecerse en lo lejano. Tamizados souvenirs componentes de luz, fotones del espacio-tiempo. Imágenes como de un mar espumoso que salpica de cuando en cuando, gotas al aire de agua y espuma. Agujeros negros operando en una física completamente nueva.
R. Ibáñez
Bibliografía:
Marvin Harris: Vacas, cerdos, guerras y brujas. Thomas Barfield: Diccionario de antropología.
Miguel Requena: Estratificación social. Jhon Golthorpe: De vuelta a la clase y al estatus.